Mi estado de ánimo empezaba a decaer. Me levanté muy temprano para
tomar el transporte público. Los camiones de la ruta 901 pasaban, pero
para mi consternación ninguno se detenía. Era obvio, deberían ir repletos. Al
fijarme con más detalle, en uno de los camiones que no se detuvo, el pasillo
estaba libre. Por si fuera poco, algún pasajero se atrevió a arrojarme un
papel; logré esquivarlo. Esas palabras largamente enterradas en mis
pensamientos más oscuros parecía que hoy por fin estallarían en un grito
demencial.
Tal vez sería mi último día con empleo, pues una sentencia no
dicha pesaba sobre mí a causa de mis retardos. Traté de aferrarme a esa esperanza
de todo desahuciado: de querer vivir unos segundos más.
El tiempo transcurría y ningún transporte volvía a pasar. Un
camión de la ruta 901 se acercaba. En mi desesperación por hacerme notar estuvo
a punto de arrollarme. El camión se detuvo ¡Por fin! No me importaba ir
de pie, solo quería llegar. Mi pie izquierdo recuperándose de una fractura me
causaba molestias, pero era más fuerte la incertidumbre de mi empleo, o del
desempleo en todo caso, que minimizaba cualquier protesta de mi cuerpo. A decir
verdad, había dejado de sentir dolor alguno; posiblemente mis preocupaciones
habían bloqueado cualquier dolencia.
Si tan solo pudiera encontrar un asiento desocupado. Era poco
probable conseguir un lugar. Me limité a pagar mi pasaje y di un vistazo al
fondo del camión para evaluar donde acomodarme.
Lo que vi, me dejó sin habla; no solo había lugares disponibles,
sino que los usuarios habían seguido un orden inusual para ocupar los
asientos. Mi asombro se debió a que la cultura del orden, en
los transportes públicos, es nula. Los lugares, si hubieran estado numerados,
estaban ocupados desde el uno hasta el veinte; fuera de ahí, los asientos
estaban libres.
¿Debería seguir el orden o acomodarme en el lugar que mejor me
pareciera? decidí lo segundo; elegí un lugar cercano a la puerta trasera. Este
rincón me facilitaría al bajar.
Me chocaba el orden que habían seguido los demás pasajeros ¿Son
estudiantes? ¿Acaso obreros? ¿Miembros de algún grupo religioso? esto último
parecía los más probable. Hombres, mujeres, niños , jóvenes y personas de más
edad componían el grupo delante de mí; era un grupo heterogéneo. Su vestimenta
tampoco indicaba que pertenecieran a alguna institución educativa o que
laboraran para una organización en particular.
Sería mi imaginación, pero no escuchaba plática alguna entre los
pasajeros ¿Ninguno se conocía? Lo más raro, apenas noté que se movieran.
¿Había acaso una nueva etiqueta que seguir? Había notado que en
algunos camiones había letreros tales como: “Prohibido fumar”, “No tirar
basura” “No distraer al conductor” “Asiento reservado”…etc. Claro, esto no
impedía que en más de una ocasión, algún usuario pasara por alto estas reglas.
No, no había en este camión leyenda alguna sobre cómo acomodarse en
los asientos.
Ignoro cuánto habíamos avanzado, pero aumentaba
en mí esa sensación de ser un trasgresor a alguna regla del
orden, si es que había una
nueva. Empezaba a sentirme incómodo. De pronto se me ocurrió, todo este
asunto podría ser parte de alguna broma como de tantas que vemos en la televisión
o de algún estudio sobre el comportamiento humano.
En algún lugar debería estar una cámara grabando; tal vez más de
una. Traté de comportarme de manera natural. Miré por la ventanilla,
simplemente traté de fijar mi mirada en algún punto del horizonte. No lo logré.
Busqué mi celular en mi bolsillo para consultar la hora; vi los números
pero sin estar consciente de la hora que representaban. Consideré la idea de
llamar o enviar un mensaje a algún conocido; no tenía ganas de decir nada.
Guardé mi celular. Era evidente que parecía incómodo, no estaba mostrando mi
mejor cara a las cámaras. Pensé por un momento en el libro que traía en
mi mochila ¿Leer? Solo de considerar esa idea me produjo un mareo; era
una sensación que experimentaba algunas veces al intentar leer
mientras el transporte avanzaba.
Apoyé mi rodilla derecha en el asiento de enfrente y recargué mi
cabeza en el respaldo del asiento. Entrecerré los ojos y traté de dormir. No lo
logré. Me pareció escuchar un susurro “Levántate”. Al abrir los ojos, tuve la
impresión de que los pasajeros hacían el ademán de ponerse de pie. El
camión se detuvo. Todos los pasajeros volvieron a su postura anterior. Miré por
la ventanilla. No alcancé a distinguir alguna parada oficial, pero sí un
tumulto de personas a pocos metros de nuestro transporte. Parecían muy
agitadas. Una sirena de ambulancia se escuchaba en la lejanía.
Segundos después, un hombre y una mujer abordaron el camión. Los
dos eran de cuerpos rollizos, él de tez aperlada y ella de piel blanca. Sus
aspectos se mostraban muy descuidados, como si hubieran estado bebiendo toda la
noche y hubieran dormido en la calle. La mujer dejaba entrever un tatuaje en su
brazo izquierdo. El hombre, quien cargaba una mochila negra, pagó el pasaje.
Sus caras apenas si mostraron un ligero desconcierto al mirar al interior del
camión. Pasaron a mi lado y se acomodaron en los asientos de la parte trasera.
Murmuraban algo, no les preste demasiada atención ¡Malditos prejuicios!
En otros días sus presencias me hubieran causado una mayor incomodidad.
La inseguridad iba cada vez en aumento; los asaltos en los camiones eran
frecuentes.
Si estaba en lo cierto sobre la broma o el experimento
sociológico, habría cámaras en el camión. En vano Intentaba tranquilizarme. La
inquietud volvía ¿Llegaré a tiempo? ¿Por qué ese orden y total calma de los
demás pasajeros? ¿Nos asaltará la pareja que acababa de abordar el camión?
El sueño empezaba a dominarme cuando escuche pasos a mi lado.
Luego lo que me temía. Una voz áspera y con palabras groseras se nos informaba
que esto era un asalto. El hombre había avanzado hacia el frente del camión;
sostenía una pistola en su mano derecha y la mochila negra colgaba
de su brazo izquierdo. La mujer, unos pasos detrás de mí, con palabras
similares, dio a entender
que también poseía una pistola y cualquier resistencia
sería inútil. ¿Eran las pistolas reales? Mi desconocimiento en armas de
fuego era total, aunque también pensé que podrían ser
falsas.
Me quedé helado, nunca antes había estado en un asalto. Los
manuales de seguridad decían algo como: “Mantener la calma” “bajar la mirada y
obedecer” “No resistirse” etc. Si las seguía no era por el manual, estaba
paralizado; esperaba mi turno para ser despojado de mis pertenencias.
Algo pasaba. El tipo armado empezaba a proferir palabras
altisonantes al primer pasajero. Todo indicaba que este usuario
desconocía el protocolo y su resistencia a las órdenes del maleante auguraba un
final trágico. Dentro de mí, un susurro: “Levántate” y una nueva
palabra “Tira tu arma” esto último no parecía dirigido a mí sino a los
asaltantes.
No daba crédito a lo que veía. Todos los pasajeros como impulsados
por un mismo pensamiento se ponían de pie. Los que podían, según lo permitía el
reducido pasillo, avanzaban al frente sin articular palabras. La voz interna
opacaba la voz de los asaltantes, quienes amenazaban con disparar si
se hacía un movimiento más. Seguramente cumplirían su palabra ¿Qué
les impedía hacerlo? Me sentía flotar. El asaltante que estaba frente a todos, fue
encarado por los pasajeros. Estos últimos sin decir nada y de forma
mecánica extendieron su manos hacia el maleante. En unos segundo su voz se fue
apagando. La voz interna se hacía más intensa “Tira tu arma”. Ningún disparo.
Sé que la mujer que acompañaba al hombre, seguía unos metros
detrás de mí, o tal vez estaba intentado abandonar el camión. Aún escuchaba su
voz, pero se adivinaba un miedo real en sus intentos de amenaza. Seguramente el
temor la impulsaría a accionar su arma. La voz seguía repitiendo “Tira tu
arma”.
Todos los pasajeros se dieron media vuelta. Hasta ese momento no
había tenido tiempo de ver sus caras de manera detenida. Sus rostros reflejaban
una total ausencia de emociones. Las miradas perdidas. Casi sentía el roce de
sus cuerpos al pasar a mi lado. Cuerpos que expelían un frío
indescriptible. La voz ya no era un simple susurro; era
un grito en mi interior cada vez más intenso: “Tira tu
arma” “Tira tu arma”…
Tal vez me quedé dormido o me desvanecí por lo que
acababa de suceder. Cuando abrí los ojos, pensé que había tenido una pesadilla.
Después de todo, si hubiera sido parte de un experimento o una broma, ya
deberían de estar tratando de explicarme lo sucedido. O bien, si el
asalto hubiera sido real, la policía debería haber llegado para cumplir el
protocolo y, por supuesto, el alboroto de los pasajeros sería evidente. Nada de
lo anterior se observaba.
Entonces ¿todo seguía igual? No en realidad. Estaba sentado justo
detrás de los otros pasajeros. No se escuchaba ninguna voz. Intentaba pensar en
algo, pero las ideas llegaban a duras penas. Tenía la rara sensación
de que mis pensamientos eran escuchados, como si estuviera hablando en
voz alta.
Mi lugar, si los asientos estuvieran numerados, sería el
veintiuno. Lo más sorprendente, a mi lado estaba una persona ¡era la
mujer asaltante! Su mirada perdida y su rostro carente de toda emoción.
Sentí un estremecimiento en mi interior. Mi capacidad de
razonamiento fue debilitándose. Una fuerza más poderosa que mi
fuerza de voluntad succionaba mis emociones positivas. Despertaban en mí los
pensamientos más tenebrosos que hubiera podido concebir. Sentía el
fluir de esas emociones negativas. Alcancé a comprender
que era la energía que movía ese transporte infernal. Las reminiscencias
de lo que fui, intentaban en vano poner una última resistencia ¡Lucha inútil!
El calor abandonaba mi cuerpo dando lugar a un entumecimiento, que
paulatinamente me sumía en una inconsciencia total.
Ignoro lo que sucedió después. Me veo firmando mi carta de
renuncia voluntaria. Seguramente no creyeron mi versión de ese día ¿Habré
explotado y las frases, en otros días impronunciables, salieron a flote? Tal
vez no les quedó más remedio que exigir mi renuncia.
Salgo a la calle. Un impulso irresistible me hace reparar en los
rostros de las personas. La sangre se me congela; ellos están
ahí. Entes que les han sido arrebatadas sus identidades para formar una sola
conciencia, donde las emociones positivas han sido suprimidas. Camuflados entre
el gentío; nadie parece notar sus presencias. Sé que vigilan mis pasos. Ignoró
sus oscuras intenciones o, lo más factible, ni siquiera sean sus intenciones.
Lo que es más extraordinario, desconozco porque me fue
devuelta mi identidad.
Me temo que la revelación de mi experiencia, se traduzca no solo
en incredulidad sino en una probable visita al psiquiatra o, aún
peor, ser etiquetado como un perturbado mental sin remedio. Un sentimiento
desconocido me carcome el alma al pensar en el viaje de regreso y tener que tomar
el transporte público. Tal vez no exista viaje de regreso.
En mi mochila tengo pluma y papel. Un extraño impulso me
hace escribir mi historia. Arrojaré esta nota a manera de advertencia a las
personas que aún esperan la ruta 901. Es una advertencia que no se leerá; lo
sé, a mí me sucedió.
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