No vayas a la ciudad
Maximino-le decía su padre- quédate conmigo a trabajar la tierra. Todo es
cuestión de trabajar duro para tener buenas cosechas; no nos faltará de comer.
Tengo que ir- le contestó- si
bien la tierra nos da para comer, pero necesitamos dinero para otras cosas. Por
aquí el trabajo es escaso y mal pagado.
Eres el último que me queda
-continuó su padre- Mira lo que pasó con don Pánfilo, murió en el
olvido. Sus dos hijos se fueron. Primero los dos venían a verlo, luego
solo el menor; cada vez pasaba más tiempo para que volviera a tener noticias de
ellos. Sus maneras de hablar cambiaron. Todos cambian, se olvidan de nuestras
costumbres, de sus padres...
Eso no pasará conmigo-contesto
Maximino.
Tú mamá y yo ya estamos viejos
-lo interrumpió su padre- pero yo aún puedo seguir trabajando algunos años más.
Ya no trabajo para mí, es para ustedes o para el que aún quiera
vivir de estas tierras.
Maximino escuchaba sin
interrumpir a su padre; solo era por respeto. Él ya había tomado una decisión.
Las palabras de su padre, aún
retumbaban en su mente de vez en cuando. No recordaba el tiempo desde
que dejó el rancho de sus padres. Había muchas cosas que ya no
recordaba de él mismo.
Se había acostumbrado a vivir
en la ciudad, aunque tenía la sensación de pasar desapercibido la mayor parte
del tiempo. No extraña sentirse así. Con tanta gente yendo y
viniendo, cada quien preocupándose de sus propios asuntos. Al principio,
Maximino pensó que se encontraría con algún conocido; esa esperanza se fue
desvaneciendo.
Estaba ahí, en una parada de
camiones. Veía el continuo ir y venir de la gente. Algunos desayunaban a toda
prisa en los improvisados puestos de comida. Otros simplemente parecían
apurados al caminar o desesperados porque su transporte se demoraba en pasar.
No entendía ese continuo ajetreo de la gente. Por el contrario, él conservaba
la calma; como si el tiempo se hubiera detenido y se hubiera puesto a su
disposición para decidir el mejor momento de partir.
Maximino, sin proponérselo,
alcanzó a escuchar una plática sobre un accidente ocurrido en esta parada de
camiones hacía más de cuatro años; alguien murió. Deseó no haber escuchado esa
plática ya que un temor desconocido se apoderó de su alma.
Buscó refugio en sus recuerdos
sobre la celebración de Día de Muertos en el mes de noviembre; una manera única
de honrar a los difuntos. Regresaba a las veredas tapizadas con pétalos de flor
de muerto o Cempoalxóchitl - en lengua indígena, que para Maximino
era ya un vago recuerdo, significa flor de veinte pétalos. El
ladrido de los perros retumban en su memoria como cuando estallan los cohetes
anunciando la llegada de las ánimas. Los murmullos de la gente hablando de sus
muertos, quienes con toda seguridad los estaban visitando en estos días. El
aroma y el humo que desprende el copal, se esparcen en las casas para dar la
bienvenida a vivos y muertos. Para las ánimas cansadas se acomodan ofrendas
variadas en los altares de carrizos formando un arco, forrados con
ramas de palmilla o limonaria y, por supuesto, adornados con
ramilletes de flores de muerto.
Estaba sumergido en sus
pensamientos cuando de entre todas esa personas le pareció ver un rostro
conocido. Era un hombre de edad avanzada, con la piel tostada por el sol,
vestido con ropas de manta, huarache de cuero y sombrero de palma. Traía en sus
espaldas un saco, al parecer muy pesado aunque parecía muy contento de
llevarlo. Esto era muy extraño. Estaba tratando de recordar de donde le
conocía, ya que poca gente, incluso en su lugar de origen, aún utilizaba estos
atuendos.
¿Como estas Maximino?- le
preguntó de pronto
Muy bien, ¿y usted como
esta?-Maximino quedo sorprendido. No era su imaginación, al parecer él viejo le
conocía.
Estoy muy bien- replicó el
desconocido con una amplia sonrisa - un poco cansado pero contento
con los regalos que mi hijo me preparó este año. Descansaré un poco.
¿Su hijo? - preguntó Maximino-
¿quiere decir que él vive aquí?
En realidad, dos de ellos- le
contestó- pero solo el menor se acuerda de mí. Por cierto, ¿por qué no volviste
con tus papás?
Tengo planes de ir a visitarlos
este año- contestó Maximino, cada vez mas confundido. Por más esfuerzos que
hacía, no lograba recordar quién era su interlocutor.
Tu papá viene a verte - le
dijo- Se canso de esperarte. Piensa que te extraviaste en el camino.
¿Mi papá?- esta noticia lo tomó
por sorpresa- pero ni siquiera sabe dónde encontrarme, además el nunca ha
estado fuera del rancho y mucho menos haría el viaje a la ciudad.
Sí que lo sabe- le dijo el viejo-
hicimos juntos este viaje.
Seguramente estaba soñando. Su
papá nunca vendría a la ciudad. Cada vez veía caras más conocidas, pero sus
atuendos o actitudes no correspondían con la gente de la ciudad. Sus
vestimentas eran sencillas, el color blanco predominaba, la mayoría de las
personas parecían muy felices. Los hombres cargaban bultos en sus espaldas y
las mujeres canastos sobre sus cabezas. Entre sus pláticas, expresaban su
alegría por los regalos que habían recibido. Incluso la calle se había transformado,
parecía cubierta por una alfombra amarilla.
Entre la multitud, pudo
distinguir a su papá. Su aspecto era diferente de como lo recordaba, ya no
parecía triste. También él cargaba un bulto entre sus espaldas.
¿Qué hace usted aquí? - le
preguntó Maximino.
¡Hijo! me alegra mucho verte-
contestó su papá - Casi cinco años desde que te vi por última vez ¿Por qué no
volviste? Alguien dijo que habías sufrido un accidente, nunca supe la verdad.
Me temo que no reconociste el camino o en realidad nunca supiste cómo llegar.
No son tantos años papá -
Maximino abrazó a su papá - No haga caso de lo que dice la gente. Estoy muy
bien. Además planeaba ir a visitarlos en este año ¿Cómo está mamá?
Sigue esperándote - contestó su
papá con un acento de tristeza - es ella quien me ha preparado estos tamales y
dulces de calabaza que llevo; aún no ha querido hacer el viaje conmigo. Tu mamá
mantiene la esperanza de tu regreso y prefiere que la encuentras en casa.
¿Quiénes son todas estas
personas?-Preguntó Maximino- se me hacen conocidas pero no sé dónde las he
visto.
No te preocupes hijo- la voz de
su papá era una mezcla de tristeza y alegría- ahora que te he encontrado
vendrás con nosotros. Poco a poco vendrán a ti los recuerdos y reconocerás a
nuestros compañeros de viaje. Con el tiempo sabrás mas de ti.
Se vio de pronto en medio de la
multitud; era una procesión de la cual no se veía el final. Todos en perfecto
orden. Algunos sostenían velas encendidas. Tomó la carga de su padre y se la
echó sobre su espalda. Continuaron el camino formado por pequeños pétalos de
flores amarillas; el humo del incienso cubría el camino, mientras en las
alturas estallaban los cohetes despidiendo a los difuntos hasta el próximo Día
de Muertos.
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