lunes, 9 de mayo de 2016

Lamentos nocturnos


Sería muy tedioso relatar los sucesos que me orillaron de ser prospero a no tener un lugar donde vivir. Esta demás decir que me encontraba físicamente exhausto y mentalmente abatido. Principiaba el otoño de mi vida cuando  me mude al lugar de origen de mis padres con el único propósito de recobrar mis fuerzas y rehacer mi vida. No es mi intención ahondar sobre la ausencia de mis progenitores en mi atormentada existencia, sino narrar los acontecimientos que tuvieron lugar en los últimos días de haberme establecido en este terruño.

Arribé a esta población rural en los días finales de abril de 1978. Para los pobladores, apenas parecía importarles la fecha que transcurría. En esta villa todo era muy rústico. La electricidad y otros conceptos de modernidad eran temas vagamente comprensibles para la gran mayoría. La vegetación exuberante contrastaba con la escasa simpatía de los habitantes hacia los forasteros. Aún cuando yo había nacido aquí, me dio la impresión de  que me veían por primera vez.  El rechazo lo atribuí, en un principio, a la naturaleza propia de los pueblos de estos lugares; vivían bajo sus usos y  costumbres.  Sus creencias eran verdades fuera de toda discusión. 

Me aboqué en conseguir un espacio para montar mi residencia temporal. Tras muchos años de abandono, las tierras de mi padre habían sido concedidas a otras personas. Como una muestra de generosidad, las autoridades del lugar me permitieron establecerme en un terreno que, dicho sea de paso, había sido de mi padre y hasta ese momento permanecía intestado. Comprendía un área rectangular de aproximadamente una hectárea. Tenía escaso o ningún interés en reclamarlo como propio. 

El solar estaba cubierto de árboles frutales propios de esta región tropical. En la parte poniente se observaba una casucha derruida con claros indicios de haber sufrido un incendio. Por lo que pude averiguar había sido habitada hacía poco tiempo. No obtuve más detalles de los ocupantes. La ubicación era muy practica por su cercanía a un camino real en la parte oriente  y  un arroyuelo corría a escasos treinta metros en la parte poniente.  Inicialmente me instalé en esta choza en ruinas. Mi intención eran edificar algo más sólido. Al carecer de la  habilidad  suficiente para reconstruir una vivienda a la usanza local, solicité la ayuda de algunos amigos de mi padre, quienes al principio se mostraron algo renuentes, pero accedieron finalmente dado el apoyo económico ofrecido. 

No era el único habitante en esta parcela. Había una choza en la parte sureste,  a escasos treinta metros de mi nuevo hogar. Mi vecino  raramente se dejaba ver fuera de su casa. De las pocas veces que logré verlo,  me di cuenta que era una hombre mestizo,  de unos cincuenta años, delgado y pelo entrecano. La mayor parte del tiempo parecía perdido en sus cavilaciones internas. Dudo que alguien supiera su nombre verdadero. Acorde a lo que alcanzaba a escuchar, llevaba viviendo pocas semanas en este lugar.  Entre susurros, los amigos de mi padre emitían juicios sobre su desconocida vida. Algunos decían que había perdido la cordura, otros mas, que había cometido algún crimen en su lugar de origen y había buscado refugio por estos lares. Los más fantasiosos comentaban que era un practicante de las artes ocultas. Sostenían que en más de una ocasión habían escuchado sonidos guturales durante el día y palabras en un idioma desconocido por las noches; lo más sorprendente, no habían logrado entender por que medios obtenía su sustento. Creí que empezaba a entender, no solo su temor a mi vecino sino a toda persona ajena a estas tierras. 

A  pesar del mutismo acostumbrado de los habitantes, logré enterarme que algunos años atrás, habían sido desenterradas algunas figuras de piedra y barro en la otrora posesión de mi padre. Por la descripción que hacían de los mismos deduje que serían objetos prehispánicos. Alguien mencionó que habían descubierto una especie de tumba que contenía un esqueleto en un estado de conservación admirable. Según sus palabras, este terreno estaba encantado.  El temor los hizo dejar todo en su lugar para evitar que alguna maldición se cerniera sobre ellos. Evitaban proporcionar detalles sobre la ubicación exacta de los restos encontrados. Entre sus pláticas,  involucraban una vez más a mi vecino: al ser un hechicero, él podría manipular los objetos que permanecían enterrados en esta área, dotándole de un poder insospechado; era una razón suficiente para evitar hablar en voz alta sobre sus descubrimientos. Tuve la impresión de que  ocultaban algo más o  la superstición los hacía guardar silencio. 

Un interés había nacido en mí. Mientras mi vivienda era reconstruida, buscaba indicios de la tumba mencionada. Logré ubicar un área dentro de mi misma choza,  donde la facilidad para excavar era más fácil que en otras partes. Concluí que la tierra había sido removida previamente. Además, mi esperanza aumentó al desenterrar fragmentos de objetos de barro; ignoraba su antigüedad o su valía. Evite hacer comentarios sobre mi descubrimiento para no levantar sospechas; ya tendría tiempo para proseguir con mi excavación y, llegado el momento, solicitaría la ayuda de algún experto en la materia para la valoración de los objetos. 

En pocos días mi choza estaba terminada. Tenía forma circular; el material utilizado fue madera para la estructura y  paja para el tejado. Había espacio suficiente para un camastro de madera, un pequeño brasero construido con barro y piedra, una mesa y una silla; todos los muebles eran muy rústicos. De cierta manera me sentía satisfecho con mi posesión.

La noche del estreno de mi hogar, el sueño me negaba su cita nocturna. Escuché por un tiempo considerable el ladrido de los perros en la lejanía, irrumpiendo de vez en cuando, el canto de algún pájaro noctámbulo. Con razonamientos lógicos intentaba invalidar una creencia común: el canto  de los gallos antes de medianoche, auguraba, dentro de pocos días,  la muerte de  una persona o una desgracia mayor. Sentí un alivio de no escuchar sus cantos en esa noche; necesitaba más tiempo para eliminar los efectos de esa creencia. Luego, fui siendo consciente de los sonidos más cercanos, tal como el movimiento de las ramas de los árboles que rodeaban mi cabaña o el canto de los grillos. En algún momento, creí escuchar un rasguño muy leve en la madera; tal vez algún insecto buscaba su alimento. Al final, percibí un zumbido muy leve pero continuo. No parecía provenir del exterior sino de mi interior; probablemente era el resultado de aguzar mi organismo para distinguir los sonidos que componen la noche. Llegado a este punto, empezaba a sentir la pesadez de mis párpados.

El concierto de sonidos en mi interior me iban sumiendo en una inconsciencia deseada. Entonces, en la lejanía, un quejido parecido al de un recién nacido me puso en alerta. Era un sonido apenas perceptible que se escuchaba a intervalos regulares.  El camino real quedaba a escasos doscientos metros. Podría ser alguna pareja con su hijo a quienes la noche había sorprendido. El lamento se acercaba desde la parte oriente. En cualquier momento podría estar frente a mi puerta. Intenté distinguir algo entre los barrotes que componían mi choza. La oscuridad era absoluta y los sonidos habituales de la noche parecían haber hecho una pausa. El sonido perturbador era más claro, se asemejaba al maullido de los gatos en celo, pero sin la estridencia acostumbrada de los  felinos; era más bien un lamento bajo e intermitente. Lo escuche siete veces más; el lamento cesó justo frente a mi puerta. Estuve respirando solo lo indispensable para poder escuchar de la mejor manera. Si en algún momento tuve la intención de levantarme o gritar: -¿quien anda ahí?, la descarté de inmediato, quería tener la certeza del emisor de tan singulares quejidos;  debo de admitirlo, un extraño temor se apoderó de mí. El sonido se alejó de la misma manera como había llegado. Debí permanecer mucho tiempo en guardia, misma que terminó al quedarme dormido. 

Al día siguiente, desde mi jacal, observé que mi vecino estaba sentado en su corredor de piedra. Su atuendo se conformaba de las mismas ropas de días anteriores; su desaliño total era evidente. Me encaminé, con toda la intención, hacia la vereda que conducía a su tejaban.  Lo saludé al pasar frente a él, pero no me devolvió el gesto. Alcancé a distinguir una sonrisa burlona de su enjuto rostro.

La noche había llegado. Muchos pensamientos daban vueltas en mi cabeza sobre los lamentos de la noche anterior. Tal vez el cansancio era el culpable. Quizá  fue un sueño vívido. También pudo haber sido un animal salvaje. Sobre mi vecino: la propiedad no era suya, pero seguramente el la asumía como tal y buscaría una manera de alejarme de ahí.  Tuve, sin embargo, la precaución de no contar mi experiencia a los amigos de mi padre por el temor de ser etiquetado como un desequilibrado. En estas regiones, solo había una explicación para las  personas con indicios de locura:  habían sido afectadas por un embrujo que les afectaba la razón. Una vez emitido este diagnostico, se relegaba a la persona afectada a vivir en un lugar apartado, donde apenas si se le proveía de alimento y un medio de curación; si es que esto último se le podía considerar como tal.  Una especie de chaman efectuaba una serie de ritos antiquísimos para liberar a la víctima del hechizo que lo atormentaba; en mas de una ocasión se ofrecían sacrificios de animales. 

Cavilando sobre los últimos sucesos me fui quedando dormido. Fue el lamento que me hizo salir de mi inconsciencia. El mismo sonido perturbador con las pausas de la noche anterior. Se detuvo justo frente a mi puerta. Me puse de pie lentamente. El quejido se alejaba de mí conforme mis torpes pies avanzaban en la oscuridad de mi cuarto. No era sensato ponerme a perseguir un animal salvaje, o lo que fuera, en plena oscuridad. Me prometí que al día siguiente tendría un machete y mi linterna sorda a la mano.  Esa noche, en más de una ocasión desperté sobresaltado por pesadillas que recordaba solo por segundos pero que me atormentaban por horas. Era tal mi angustia, que evitaba quedarme dormido. Una especie de repulsión hacia esta tierra nacía en mi interior. Consideré la posibilidad de buscar otro refugio. Al final, concluí que permanecería un tiempo más; si la situación se hacía insoportable entonces me mudaría. 

Al día siguiente,  dediqué mis esfuerzos en preparar las herramientas que me ayudarían en la caza del visitante nocturno. Caminé a mis alrededores para reconocer el terreno por donde había escuchado el lamento. Ese día no vi a mi vecino en su corredor, sin embargo, sentía la pesadez de su mirada a través de los barrotes de su cabaña. Podía asegurar que escuché unos sonidos guturales al pasar muy de cerca de su choza.  

Era la tercera noche desde que el lamento hizo su aparición. Esta vez estaba decidido a  ponerle fin. Esperaba con la impaciencia propia de alguien que ha preparado una sorpresa y espera con ansias la reacción de la víctima. Avanzada la noche escuché que mi vecino profería frases en un idioma desconocido.  A pesar de mi precaución, me quede dormido. Sería antes de medianoche cuando desperté sobresaltado. La luna nueva ya había dejado de ser visible, por lo que noche era más negra y los sonidos habituales hacían una pausa. Lo sabía, era el preludió de algo perturbador. Entonces lo escuché acercarse como en los dos días anteriores. Ya estaba ante mi puerta. No espere más... salí de mi choza dando trompicones. Solo tomé mi linterna. Me lancé en una persecución desesperada para atrapar algo intangible. Cuando pensaba que  le había dado alcance encendía mi linterna, solo para escuchar el lamento a la misma distancia aparente.  Tenía la impresión de que millares de ojos infernales me vigilaban desde cualquier punto en mi alocada carrera. Mis pies buscaban desesperadamente ganar una ventaja y sorprender al causante  de los abrumadores gemidos. Mi última esperanza, un atajo en el camino. Cruce el arroyuelo en la parte poniente,  tratando de seguir una línea recta y sorprender al causante de mis desdichas en una curva del camino. Mismo resultado. Seguí con la persecución, pero ya no con la intención de darle alcance sino de alguien que no acepta la derrota y le avergüenza admitirla.  

De camino de regreso a mi choza, estaba en una agitación extrema. Intenté llamar a algún vecino; para mi desesperación, las palabras se negaban a salir. Entré trastabillante a mi cabaña y me acurruqué en un rincón de mi cuarto.   

En los días siguientes, fui perdiendo paulatinamente el control sobre mi persona. Me quedaba encerrado por largas horas en mi cabaña. Me había procurado una despensa muy completa en días anteriores pero apenas si probaba bocado últimamente. Al llegar la noche, iniciaba un rito ya no por iniciativa propia sino impulsado por algo fuera de mi comprensión.  Mis alocadas carreras parecían ser parte de un juego macabro cuyo fin desconocía. Como preludio, escuchaba  cada noche una retahíla de frases emitidas por mi vecino en un lenguaje desconocido. 

Era la séptima noche desde que fui presa de los lamentos, cuando el canto de los gallos antes de medianoche se dejó escuchar. En la lejanía logré distinguir el quejido lastimero para nuestra cita habitual. Al concierto de esa noche se unieron unos cánticos de mi vecino. Noté un cambio apenas perceptible: en días anteriores eran solo palabras en un lenguaje ininteligible como invocando al quejido infernal; esta vez fueron unos cánticos emitidos después del primer lamento.  El canto era proferido en un dialecto indígena que mi abuela paterna utilizaba. La convivencia con mi mentora durante los primeros años de mi niñez, me ayudo a entender el dialecto. Mi vecino canturreaba una serie de invocaciones a una deidad. Era acompañado por una especie de danza, aun cuando no podía ver sus movimientos, escuchaba pasos y su voz no provenía de un punto fijo.  En los versos finales se ofrecía una clase de sacrificio y promesas incomprensibles para mí. 

Concluí que mi vecino pretendía ser practicante de alguna clase de magia, tal como lo especulaban los pobladores. Él era el culpable de todo. De algún modo, él había ideado algún método para emitir sonidos perturbadores; algún gato o ave entrenada para tal fin.  Todo debería tener una explicación lógica. Con sus canticos, procuraba darle credibilidad a la creencia de la gente. Era claro, él deseaba reclamar esta propiedad para sí y buscaba alejar a algún heredero incomodo. 

El lamento se acercaba cada vez más. Era inútil perseguir algo que no se podía ver; un plan ideado por un vecino astuto. Ignoro si intenté seguir el juego de la persecución. Los efectos de no dormir bien, empezaban a causar estragos en mi persona. Dejé de ser consciente de muchas cosas; incluso algunas muy básicas como comer o dormir. 

Me despertaron los gritos de los pobladores. Un incendio estaba consumiendo la cabaña de mi vecino. Intentaban apagar el fuego con baldes de agua. Este incidente me tomó totalmente por sorpresa. Un pensamiento se apoderó de mí: ¿En mi desesperación, habré incendiado la choza de mi vecino? Mis emociones eran un vaivén entre un miedo terrible y la satisfacción de estarme liberando de alguien indeseable. Pensé en ayudarles a extinguir el fuego. Contuve mi impulso; era obvio que me cuestionarían. Presencie los estertores iniciales de la pira funeraria de mi vecino desde una distancia considerable. Increíblemente el fuego, fue controlado.  

Logré escuchar que mi vecino no se encontraba dentro de su choza.  Después de todo, tal vez tuvo tiempo de librarse de un destino más cruel que el ser tachado de brujo o perturbado mental. Sentimientos extraños se arremolinaron en mi interior.  Si me convertí en pirómano, al menos no acabe con la vida de un ser humano. Inmediatamente otra preocupación tomo lugar en mí: él intentaría vengarse. 

Al amanecer del día siguiente, tuve una claridad en mis pensamientos como hacía días que no la tenía. Cruzó por mi mente el alejarme de este lugar. Un deseo más fuerte de quedarme me lo impedía. Esperaba que la autoridad del lugar me interrogara por el incendio ocurrido o la desaparición de mi vecino. Pasaban las horas de la mañana, ninguna persona osaba presentarse. Tal vez el incidente tenía una explicación más simple:  el incendio había sido accidental y mi vecino ya había aparecido; pero ¿y si era una estratagema de mi vecino para luego acusarme de este delito? Intentaba convencerme con mis propias deducciones de mi inculpabilidad. Lo logré solo parcialmente. En algún momento noté que una parte de la cerca de mi choza estaba chamuscada ¡Mis temores renacían! si mi vecino aún rondaba por aquí, ya había intentado vengarse ¿Y si el fuego de su casa se propago a la mía y no me di cuenta? Probablemente los vecinos apagaron también el fuego de mi choza y a causa de mi alteración fui inconsciente de ello.  Súbitamente, tuve el deseo de reiniciar mis trabajos de exploración. 

Sería alrededor del mediodía cuando decidí quedarme un par de días más; después de todo la amenaza de mi vecino podría haber desaparecido y con él, el  lamento nocturno. Podría estar ante las puertas de un descubrimiento único, mismo que me ayudaría a darle un giro a mi vida.  Con las herramientas que ya contaba, improvisé otras más que facilitarían mi trabajo. Me sorprendió la facilidad con que la tierra cedía ante mis esfuerzos. Fui dando a la cavidad una forma rectangular. Desenterré varios fragmentos de barro; ignoraba su valía, necesitaría el dictamen de algún experto en la materia. Tuve el temor de estar dañando un material de valor incalculable pero decidí no detenerme. Tenía que aprovechar el tiempo al máximo.

La noche me sorprendió sobre el yacimiento de objetos rotos; esperaba encontrar algo realmente valioso. Contaba con algunas velas. Encendí un par de ellas y continúe con mi labor. Estaba seguro que era antes de la medianoche, cuando choque con un objeto totalmente diferente a los cacharros desenterrados. Removí una cantidad más de tierra y acerqué una de las velas. No estaba preparado para lo que vi. Un cráneo emergía parcialmente del suelo descubierto. De la impresión tire la vela y tuve que recargarme en el borde del pozo que había formado; me tomó un tiempo recordar que ya había sido informado de la existencia de esta tumba. Me apresuré a remover la tierra para dejar al descubierto la totalidad del esqueleto. Los pobladores mencionaron que los huesos estaban bien conservados...había un detalle que no concordaba.   

Aún cuando mis conocimientos de arqueología eran limitados, no hacía falta datar los restos que yacían frente a mí, para saber que pertenecían a un hombre de la época moderna. Esta deducción la realice por sus trazas de ropa; de ninguna manera correspondían a épocas prehispánicas. Lo más sorprendente ¡el cuerpo estaba momificado! No obstante, lo más aterrador era su expresión. Había acudido a una exposición de momias hacía mucho tiempo, sus rasgos no las encontré del todo agradables, pero la momia que acababa de descubrir, superaba a todas las que había visto.  Las manos de la momia estaban unidas a su cabeza, como queriendo arrancarse algo invisible que la carcomía y un grito eterno se había materializado para la posteridad. 

El cuadro no podría ser más tétrico: un par de velas y un cuerpo momificado frente a mí. Estaba ahí sin saber que decidir. Lo que escuché en el exterior era más aterrador: un quejido lastimero se acercaba. Esa vez no se alejó de mí. Lo escuché rebasar la endeble barrera que suponía la puerta de mi choza. Un miedo implacable me carcomía. Reculé hacía un espacio imposible entre mi cuarto circular y la fosa recién abierta.

Cuando desperté, estaba acurrucado en una posición fetal en pleno suelo. Una sudoración excesiva me cubría el cuerpo entero.  Intenté incorporarme, mis articulaciones se movieron torpemente. Tuve una sensación de entumecimiento total en mi cuerpo. Existía un claro desfase entre mis deseos primarios y la ejecución de los mismos. Una envoltura adicional me cubría y controlaba mis gestos, cada movimiento, incluso las palabras como pude comprobar minutos más tarde. Quise solicitar ayuda, pero un sonido gutural escapo de mi garganta.  Desesperadamente intenté encaminarme hacia la puerta de mi choza. No lo logré. Fui arrojado contra el suelo. Una oscuridad turbulenta se cernía sobre mis sentidos.