Era la
medianoche. Había un cielo muy hermoso, sin luna pero las estrellas suplían su
ausencia. Un fuerte impulso de retozar en el campo lo consumía. Lo intentó una
vez más. El resultado fue el mismo. Solo partes de un coyote asomaban en su
cuerpo. Ya no lo intentaría nunca más, sería una deshonra para la memoria de sus
antepasados y un ingrato para su amigo fiel.
Recordaba
escenas cuando era un niño, tendría siete años a lo mucho. De visita en casa de
sus abuelos paternos y algunos tíos. Las
casas de madera estaban dispuestas en círculo. Había un pequeño huerto en la parte central del patio y el resto
estaba salpicado de piedras grandes y pequeñas a manera de concreto. Ahí Jugaba
a los trompos con su primos. El ganador
se decidía aquel cuyo trompo se mantuviera girando por más tiempo. El suyo
siempre se mantenía girando, daba la impresión de que nunca se detendría. Hasta que el disponía lo contrario, el trompo
se quedaba inmóvil junto a los demás.
En una de
esas ocasiones su abuelito, el viejo Isidro como le decía la gente, había
observado el juego y dijo:
-Este niño
tiene el alma muy despierta. Tiene el don.
-No diga
eso suegro- respondió la mamá - mi Carlitos es un niño bueno.
-Estoy de
acuerdo- dijo seriamente el viejo Isidro-
será uno muy bueno.
Carlos no
entendió lo que su abuelo quiso decir. Solo
notó la seriedad de su mamá.
Pasaron
cuatro años más. Una tarde Carlos se encontraba jugando a las escondidas en el
traspatio de la casa de sus abuelitos. Uno de sus primos empezó la cuenta
regresiva. Apenas si se preocupaba por esconderse. Por alguna razón cuando se
lo proponía, parecía hacerse invisible. La
cuenta había terminado. Había ahí una
parvada de gallinas, guajolotes y patos. Se acercó lentamente para camuflarse,
pero las aves se alborotaron. Esta vez su suerte había acabado, seguramente su
primo lo encontraría.
Vio pasar a
su primo. A pesar del alboroto de las aves no fue descubierto. ¿Cómo era
posible?. Empezó a sentir un cosquilleo en el cuerpo. Quiso ponerse de pie pero
parecía que su estatura se había reducido al de una gallina. Empezó a
experimentar una angustia. Algo lo aprisionaba. Quiso llamar a sus primos, pero un canto de gallo, o mejor
dicho un intento de canto, se escuchó. Al mirar sus pies, vio las patas de un
gallo.
De pronto
estaba sentado en el suelo. Como saliendo de un desmayo. Su abuelito Isidro
estaba sentado a su lado.
¡Soy un
nahual! - gritó Carlos y empezó a sollozar.
No, no lo
eres- lo abrazó su abuelito- has
aprendido a transformarte pero aún tienes que encontrar a tu nahual.
No, no
quiero- gritó Carlos, ahora lloraba con fuerzas y estaba recostado en el suelo
con las manos cubiertas- los nahuales son malos.
-También
tengo un nahual- le confesó su abuelito- Tenemos el don.
No deseaba
ningún don. Quería mantenerlo en secreto para siempre. Apretujaba en su
corazón un fuego que lo consumía. No resistiría por mucho tiempo. Como un río a punto de desbordarse, no
bastaba un pozo para contenerlo.
Había
pasado mucho tiempo sentado en el suelo porque el sol ya se había ocultado y las
primeras estrellas se asomaban. Por fin
logró calmarse. Su abuelito seguía sentado en el suelo junto a él. Sin decir
una palabra. Una inquietud empezó a nacer en Carlos.
-No
recuerdo haber escuchado historias de nahuales buenos - dijo Carlos
-Ya los
escucharás- dijo su abuelito.
-¿Cómo
encontraré a mi nahual?- preguntó Carlos
-Lo verás
reflejado en algún animal con el que más te identifiques - contestó su abuelito-
Luego podrás tomar su forma. Deberás tener mucho cuidado. El animal que elijas,
hablará mucho de ti.
Carlos aun
parecía perdido en sus pensamientos. Intentaba asimilar lo sucedido.
-Es fácil perderse.
-continuó su abuelito- Deslumbrarse por
el poder aparente, nos llevará a escoger al animal equivocado. Te conducirá por caminos que causarán tu
perdición, ya que no podrás controlarlo. Formarás parte de las leyendas de
nahuales malvados que continuamente escuchamos. Más de uno mezcla diferentes
animales. Las quimeras no son buena idea.
¿Quién es
tu nahual abuelito? - preguntó Carlos
-Silencio -
la voz de su abuelito sonaba preocupado-
alguien ha escuchado nuestra plática.
Todo lo que
alcanzo a observar fue la sombra de un gran pájaro que se perdía en el cielo.
Debía ser un tecolote, la noche ya había llegado.
-Seré tu
guía por un tiempo - dijo su abuelito- De ahora en adelante debemos cuidarnos
no solo de la gente ignorante sino también de los nahuales malvados. Por
cierto, no reveles nunca tu nahual.
-¿Las
nahuales mueren?- Preguntó Carlos.
-Habrás
escuchado ya muchas historias de nahuales que han sido atrapados- le contestó
su abuelito- Si, también mueren. Tal vez por las palizas recibidas. O por algún
rito extraño que las personas hubieran seguido.
-No siempre
tiene que ser así - la voz de su abuelito sonaba cansada- Cuando envejecemos,
llega un momento en que nuestras fuerzas nos abandonan y solo quedan recuerdos
de lo que fuimos alguna vez. Aún cuando nuestro espíritu se empecine por
trasmitir esa juventud al cuerpo, no nos queda más que agradecer el esfuerzo.
-Tu nahual
-concluyó su abuelito Isidro- se irá
primero, siempre es así. El te lo dará a
entender. Cuando eso pase deberás dejarlo en paz. Dale el descanso que merece. Agradece
su lealtad. Luego, tu también te irás. Hazlo con dignidad, honrando siempre la
memoria de tus antepasados.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario