jueves, 31 de marzo de 2016

Memorias de un nahual


Era la medianoche. Había un cielo muy hermoso, sin luna pero las estrellas suplían su ausencia. Un fuerte impulso de retozar en el campo lo consumía. Lo intentó una vez más. El resultado fue el mismo. Solo partes de un coyote asomaban en su cuerpo. Ya no lo intentaría nunca más, sería una deshonra para la memoria de sus antepasados y un ingrato para su amigo fiel.

Recordaba escenas cuando era un niño, tendría siete años a lo mucho. De visita en casa de sus abuelos paternos y algunos tíos.  Las casas de madera estaban dispuestas en círculo. Había un pequeño huerto  en la parte central del patio y el resto estaba salpicado de piedras grandes y pequeñas a manera de concreto. Ahí Jugaba a los trompos con su primos.  El ganador se decidía aquel cuyo trompo se mantuviera girando por más tiempo. El suyo siempre se mantenía girando, daba la impresión de que nunca se detendría.  Hasta que el disponía lo contrario, el trompo se quedaba inmóvil junto a los demás.

En una de esas ocasiones su abuelito, el viejo Isidro como le decía la gente, había observado el juego y dijo:

-Este niño tiene el alma muy despierta. Tiene el don.

-No diga eso suegro- respondió la mamá - mi Carlitos es un niño bueno.

-Estoy de acuerdo- dijo seriamente el viejo Isidro-  será uno muy bueno.

Carlos no entendió lo que su abuelo quiso decir.  Solo notó la seriedad de su mamá.

Pasaron cuatro años más. Una tarde Carlos se encontraba jugando a las escondidas en el traspatio de la casa de sus abuelitos. Uno de sus primos empezó la cuenta regresiva. Apenas si se preocupaba por esconderse. Por alguna razón cuando se lo proponía, parecía hacerse invisible.  La cuenta había terminado.  Había ahí una parvada de gallinas, guajolotes y patos. Se acercó lentamente para camuflarse, pero las aves se alborotaron. Esta vez su suerte había acabado, seguramente su primo lo encontraría.

Vio pasar a su primo. A pesar del alboroto de las aves no fue descubierto. ¿Cómo era posible?. Empezó a sentir un cosquilleo en el cuerpo. Quiso ponerse de pie pero parecía que su estatura se había reducido al de una gallina. Empezó a experimentar una angustia. Algo lo aprisionaba. Quiso llamar  a sus primos, pero un canto de gallo, o mejor dicho un intento de canto, se escuchó. Al mirar sus pies, vio las patas de un gallo.

De pronto estaba sentado en el suelo. Como saliendo de un desmayo. Su abuelito Isidro estaba sentado a su lado.

¡Soy un nahual! - gritó Carlos y empezó a sollozar.

No, no lo eres- lo abrazó su abuelito-   has aprendido a transformarte pero aún tienes que encontrar a tu nahual.

No, no quiero- gritó Carlos, ahora lloraba con fuerzas y estaba recostado en el suelo con las manos cubiertas- los nahuales son malos.

-También tengo un nahual- le confesó su abuelito- Tenemos el don.

No deseaba ningún don. Quería mantenerlo  en  secreto para siempre. Apretujaba en su corazón un fuego que lo consumía. No resistiría por mucho tiempo.  Como un río a punto de desbordarse, no bastaba un pozo para contenerlo.

Había pasado mucho tiempo sentado en el suelo porque el sol ya se había ocultado y las primeras estrellas se asomaban.  Por fin logró calmarse. Su abuelito seguía sentado en el suelo junto a él. Sin decir una palabra. Una inquietud empezó a nacer en Carlos.

-No recuerdo haber escuchado historias de nahuales buenos - dijo Carlos

-Ya los escucharás- dijo su abuelito.

-¿Cómo encontraré a mi nahual?- preguntó Carlos

-Lo verás reflejado en algún animal con el que más te identifiques - contestó su abuelito- Luego podrás tomar su forma. Deberás tener mucho cuidado. El animal que elijas, hablará mucho de ti.
Carlos aun parecía perdido en sus pensamientos. Intentaba asimilar lo sucedido.

-Es fácil perderse. -continuó su abuelito-  Deslumbrarse por el poder aparente, nos llevará a escoger al animal equivocado.  Te conducirá por caminos que causarán tu perdición, ya que no podrás controlarlo. Formarás parte de las leyendas de nahuales malvados que continuamente escuchamos. Más de uno mezcla diferentes animales.  Las quimeras no son buena idea.

¿Quién es tu nahual abuelito? - preguntó Carlos

-Silencio - la voz de su abuelito sonaba preocupado-   alguien ha escuchado nuestra plática.

Todo lo que alcanzo a observar fue la sombra de un gran pájaro que se perdía en el cielo. Debía ser un tecolote, la noche ya había llegado. 

-Seré tu guía por un tiempo - dijo su abuelito- De ahora en adelante debemos cuidarnos no solo de la gente ignorante sino también de los nahuales malvados. Por cierto, no reveles nunca tu nahual.

-¿Las nahuales mueren?- Preguntó Carlos.

-Habrás escuchado ya muchas historias de nahuales que han sido atrapados- le contestó su abuelito- Si, también mueren. Tal vez por las palizas recibidas. O por algún rito extraño que las personas hubieran seguido.

-No siempre tiene que ser así - la voz de su abuelito sonaba cansada- Cuando envejecemos, llega un momento en que nuestras fuerzas nos abandonan y solo quedan recuerdos de lo que fuimos alguna vez. Aún cuando nuestro espíritu se empecine por trasmitir esa juventud al cuerpo, no nos queda más que agradecer el esfuerzo.


-Tu nahual -concluyó su abuelito Isidro-  se irá primero, siempre es así.  El te lo dará a entender. Cuando eso pase deberás dejarlo en paz. Dale el descanso que merece. Agradece su lealtad. Luego, tu también te irás. Hazlo con dignidad, honrando siempre la memoria de tus antepasados. 

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